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Tuesday, December 20, 2005

Sus nervios le extienden un cigarrillo, luego otro, y otro dedo, y otro. Después no pasa nada y que queda columpiandose sobre su silla, pies en el aire, espalda tensa, mano suelta, otra mano atada al cigarrillo. Espera caer en el abismo pero, sin lugar a dudas, sólo caerá sobre la alfombra. Es inevitable, se dice. Este hombre es intoxicante. Tiene ganas de prender fuego el libro, tiene ganas de leer otra voz, tiene ganas de ser Morini, Espinoza o Pelletier. Alguno de los tres. Tiene ganas de llamarse Lacan. Cuando vuelve en sí extraña las hojas finitas (1121) del libro y decide volver a ese mundo que, irremediablemente, siempre ha sido y siempre será más hermoso que el suyo.

Vuelvo a 2666.
Los veo en el otro extremo de la odisea.