Como quien no quiere la cosa, me voy volviendo más pop y empiezo a bailar por la calle cuando escucho una canciñon conocida.
Serán los años que pasan? Supongo. Creo que si en 1998 me decias que iba a dejar de ser la marginada social sucia de big pants que escucha a NIN y se cortaba el cuerpo con un cuchillo de cocina...te hubiese creído. Y hubiese dejado de cortarme. Necesitaba que alguien me dijera que en algún momento las voces iban a ceder. Que iba a ceder yo. Que todo iba a doler menos. Nadie me lo dijo. Y si me lo dijeron, fueron las personas equivocadas.
Ahora llevo en mi hombro la cruz de la carga que eleji llevar en mi piel toda mi vida. Cada vez que me veo reflejada en esa cicatriz me arrepiento de haberme marcado el cuerpo. Cada vez que alguien pregunta qué es, o cómo me la hice, digo que no recuerdo. Un día desperte y estaba ahí. Alguna vez, si mal no recuerdo, dije que era una vacuna que se había infectado. Me río de lo poco que me interesa mentir sobre las cicatrices.
Descocida, me amaco en el beat lento de un recuerdo que sabe hacerme doler. Misma ceremonias para una vieja versión de mi. Mi adolescencia: mi muy propio y privado infierno hormonal.
De pie ante una ventana escuchabamos Hurt, de Nine Inch Nails (himno infaltable, dolor cotidiano, el poema de amor más hermoso de todos, aún debe estar escrito en tu placard, cayendose un poco todos los días como las gotas azules en la heladera). El me abrazaba, y recuerdo que ese día fue la última vez que lo escuche decirme que me quería. Después de ese día, todas esas veces que se lo volví a preguntar, dijo sistematicamente que no durante dos años más. Infierno, energía y sangre coagulada en una mente que se empezaba a pudrir.
Descocida, me hamaco sobre los acentos que faltan en construcciones literarias que él se niega a leer. No soporta, no se banca, mi uso indiscriminado de comas, comillas. No soporta la falta de parentesis.
Parentesis. Hold, please.
Acabo de terminar de salir de la inocencia de El pudor, y estoy contenta con el mundo que me regalaron esas paáginas durante unas dos horas. Gracias, Santiago.
Serán los años que pasan? Supongo. Creo que si en 1998 me decias que iba a dejar de ser la marginada social sucia de big pants que escucha a NIN y se cortaba el cuerpo con un cuchillo de cocina...te hubiese creído. Y hubiese dejado de cortarme. Necesitaba que alguien me dijera que en algún momento las voces iban a ceder. Que iba a ceder yo. Que todo iba a doler menos. Nadie me lo dijo. Y si me lo dijeron, fueron las personas equivocadas.
Ahora llevo en mi hombro la cruz de la carga que eleji llevar en mi piel toda mi vida. Cada vez que me veo reflejada en esa cicatriz me arrepiento de haberme marcado el cuerpo. Cada vez que alguien pregunta qué es, o cómo me la hice, digo que no recuerdo. Un día desperte y estaba ahí. Alguna vez, si mal no recuerdo, dije que era una vacuna que se había infectado. Me río de lo poco que me interesa mentir sobre las cicatrices.
Descocida, me amaco en el beat lento de un recuerdo que sabe hacerme doler. Misma ceremonias para una vieja versión de mi. Mi adolescencia: mi muy propio y privado infierno hormonal.
De pie ante una ventana escuchabamos Hurt, de Nine Inch Nails (himno infaltable, dolor cotidiano, el poema de amor más hermoso de todos, aún debe estar escrito en tu placard, cayendose un poco todos los días como las gotas azules en la heladera). El me abrazaba, y recuerdo que ese día fue la última vez que lo escuche decirme que me quería. Después de ese día, todas esas veces que se lo volví a preguntar, dijo sistematicamente que no durante dos años más. Infierno, energía y sangre coagulada en una mente que se empezaba a pudrir.
Descocida, me hamaco sobre los acentos que faltan en construcciones literarias que él se niega a leer. No soporta, no se banca, mi uso indiscriminado de comas, comillas. No soporta la falta de parentesis.
Parentesis. Hold, please.
Acabo de terminar de salir de la inocencia de El pudor, y estoy contenta con el mundo que me regalaron esas paáginas durante unas dos horas. Gracias, Santiago.
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